Circular por las calles Sotomayor, Latorre o Vicuña Mackenna por nombrar algunas no deja indiferentes a quienes visitan la ciudad por primera vez o quienes lo hacen habitualmente. Es como visitar bunkers que se preparan para una guerra o el paso de un huracán.
En efecto los daños provocados por el lanzamiento de piedras y posteriores saqueos hicieron que la instalación de cortinas metálicas u otros refuerzos en los accesos cambiaran completamente los diseños corporativos de bancos, AFPs, restaurantes y tiendas ubicadas en pleno centro de la ciudad.
La desconfianza en el actuar irracional de algunos manifestantes, que provocaron graves disturbios y daños es un precio que muchos rechazan, otros justifican con el argumento que es el costo para que se les haya escuchado ante las múltiples desigualdades.
Cuánto tiempo habrá que esperar para que nuevamente la ciudad muestre un rostro más amable, para que los tapices enlatados den paso a los grandes ventanales, para que la desconfianza abra de par en par las puertas a la credibilidad. La respuesta no está probablemente en el tiempo, sino en las acciones que en la calle se han expresado con rebeldía y en muchos casos con irracionalidad, pero que ya tuvo su primer fruto, la inmejorable oportunidad de cambiar la Carta Fundamental y probablemente el primer paso a un país más justo y que por consiguiente abrace la paz.
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